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02.07.2024

“Conócete a ti mismo”

per Albert Reverendo
"Los árboles deben resignarse, necesitan raíces; los humanos no. Nosotros respiramos la luz, anhelamos el cielo, y cuando nos hundimos en la tierra es para pudrirnos. La savia de la tierra natal no nos sube de los pies a la cabeza, los pies solo los queremos para caminar. Para nosotros, lo único que cuenta son los caminos. Nos hacen promesas, nos llevan, nos empujan y nos abandonan. Entonces morimos, tal como habíamos nacido, al borde de un camino que no habíamos elegido."
Amin Maalouf, Orígenes

 

Se dice que en el Templo de Apolo del oráculo de Delfos, en el dintel de la puerta, estaba grabado el antiguo aforismo "Conócete a ti mismo", el cual Platón recogió en sus diálogos en boca de Sócrates. Desde allí fue traducido al latín y al árabe, y ha llegado hasta nuestros días como una profunda sentencia de los antiguos. ¿Quién sabe cuál es el origen de esta máxima? Hay quien la atribuye a uno de los Siete Sabios, herederos de la tradición mítica de los poetas, de la que se apartaron para buscar la verdad y la justicia en el logos y el cálculo; otros la atribuyen al propio Apolo, quien la habría pronunciado como respuesta cuando precisamente uno de los Siete Sabios le habría preguntado, a través del Oráculo, qué es lo más importante que debería conocer una persona. Este aforismo nos acompaña desde entonces, y podría también estar inscrito, como un prólogo o como una advertencia previa, en la primera página de los textos de Mouawad.

Los personajes de Mouawad atraviesan el laberinto que contiene este aforismo. Y esto los conduce a la desaparición total o a la explosión más fuerte de vida. Pérdida o reconciliación. Siempre inmersos en el diálogo del conocimiento de uno mismo, los personajes entran en el laberinto del Minotauro y buscan encontrar su centro. Y nosotros los escuchamos, siguiendo el mismo hilo rojo que ellos recorren, y mientras hablan les cedemos nuestro propio hilo para que puedan encontrar su camino. "Desde siempre la palabra es el hilo que conecta a quien se adentra en el corazón de su relato", escribía Mouawad mientras nos confinaban hace cuatro años.

"Conócete a ti mismo", la enunciación del oráculo, el laberinto, el aforismo que solo se cumple en forma de diálogo, es como una caja de resonancia donde repican los elementos que componen la frase y que debemos desgranar en sintagmas: "conócete" – "a" – "ti mismo", o bien en palabras: "Conoce" "-te" "a" "ti" "mismo". Cada porción resuena contra la otra, y lo que podría parecer una frase completa resulta ser una estructura interminable. ¿Qué significa conocerse a uno mismo? ¿Quién se conoce a sí mismo? ¿Qué conoce, en todo caso, quien se conoce a sí mismo?

 

"Conócete"

"Hay verdades que solo pueden ser reveladas a condición de ser descubiertas", escribe Nawal Marwan en la carta a Simon en Incendios. Hay que descubrir algo para conocerse a uno mismo. Otras veces la verdad llega como un impacto imposible de asumir, como dice Norah en Todos Pájaros:

No es la verdad la que perfora los ojos de Edipo, es la rapidez con que la recibe

"No es la verdad la que perfora los ojos de Edipo, es la rapidez con que la recibe, no es el muro lo que mata al automovilista, es la velocidad con que se estampa contra él." Descubierta o encontrada, progresiva o repentina, parece que hay una verdad a conocer, a identificar. ¿Cómo es esta verdad? ¿Qué tipo de verdad debemos conocer para conocernos a nosotros mismos?

 

"a"

La preposición "a" viene a enlazar gramaticalmente las dos partes de la frase. Y es que el aforismo retrata un sujeto que conoce y que a la vez es objeto de conocimiento: "conócete a ti mismo". Esta es la cuestión. Está en juego un "yo" que conoce y un "yo" que es conocido. Pero, al mismo tiempo, lo que intenta lograr la sentencia del oráculo es unirlos, que se identifiquen. Al hacerlo, sin embargo, los separa. Esto evidentemente parece una paradoja, porque precisamente para poder decir yo=yo, debemos distinguirlos, poner uno al lado del otro, debemos, por así decirlo, escindirnos de nosotros mismos. La identidad, en este sentido, tiene una separación interna.

 

"ti mismo"

El lenguaje, por otro lado, consciente de sus propios misterios y limitaciones, nos propone la expresión "mismo" para resaltar que estamos hablando de una sola cosa, pero que al hablar de ella la dividimos por la mitad. Quizás la identidad tiene más que ver con este doble movimiento de unir y separar, que con una cosa fija e inmóvil.

Este problema ha marcado gran parte de la filosofía moderna y contemporánea, por este espacio abierto dentro de la identidad que antes parecía férrea y cerrada, se filtrarán las condiciones históricas en las que vivimos y en las que aparece este "yo", encontraremos la pregunta por el ser de las cosas, el lenguaje y sus juegos, el cuerpo y la carne, la acción humana, la mirada del otro, la educación y la formación de sujetos, la ficción y la autoficción...

Sea como sea, esto lo vivimos en nuestro día a día cuando nos preguntamos, aunque solo sea por unos momentos, por nosotros mismos. De hecho, solemos decir que estamos teniendo un diálogo interno. De nuevo, el lenguaje nos da buenas pistas; ¿quién no ha hablado nunca consigo mismo? ¿Cómo sería esto posible si no fuera porque en la identidad hay una separación, un espacio inconcluso, una relación siempre activa e interminable? Tal vez por eso el antiguo aforismo de Delfos nos resuena como un precepto de vida, un camino práctico, como una manera de relacionarnos con nosotros mismos y con el mundo.

 

La identidad es una relación

El autoconocimiento, por lo tanto, es más una relación constante con nosotros mismos que el acceso a una verdad cerrada y definitiva. Fijémonos que, si no es una verdad esencial e inmutable, sino una acción que llevamos a cabo mientras vivimos y nos dedicamos a ella, entonces está inmersa en los cambios temporales y espaciales. En efecto, no ocurre en abstracto, sino que esta relación personal está atravesada por el mundo donde tiene lugar, por el contexto histórico y social, por los azares de la vida, por el lenguaje que no pertenece a nadie en particular, aunque todos lo hablamos (sea en el idioma que sea), atravesada por todos los demás a través y gracias a los cuales tiene lugar este diálogo... La identidad como relación de auto-distanciamiento y auto-acercamiento está marcada por muchos hechos contextuales que la determinan al mismo tiempo que permiten desplegarla con libertad.

Hoy reconocemos fácilmente que el contexto en el que vivimos y lo que nos va pasando tiene un impacto determinante sobre quiénes somos. Es muy difícil que hoy, ante la antigua sentencia délfica, no pensemos en los hechos y las aspiraciones que han marcado hasta el momento el camino de nuestra identidad. Pero hay otro tipo de hechos que son mucho más problemáticos para el mundo actual y que se nos hacen más difíciles de explicar.

Se trata de los orígenes. Resultan problemáticos porque no dependen de la todopoderosa voluntad contemporánea, ni de la libertad de elección en la que creemos vivir instalados. Nuestros orígenes culturales, genéticos, familiares... ¿Qué papel juegan en el conocimiento de uno mismo y cómo se enlazan con nuestra identidad? Los personajes de Wajdi Mouawad representan diferentes intentos de resolver este enigma, hipótesis de caminos y de vivencias respecto a la identidad y los orígenes, respecto a los orígenes desvelados, los orígenes perdidos, los orígenes lejanos o demasiado cercanos...

 

 

Nuestros orígenes culturales, genéticos, familiares... ¿Qué papel juegan en el conocimiento de uno mismo y cómo se enlazan con nuestra identidad?

La niña y la cometa

Mouawad nos invita a imaginar una niña que hace volar una cometa. Tiene los pies clavados en la tierra y la cometa se mueve con el viento. De vez en cuando recoge el hilo, luego lo suelta más; ahora lo mueve hacia un lado con un pequeño movimiento de muñeca, y ahora es la cometa la que marca la dirección cuando viene una ráfaga de viento. Pues bien, Mouawad nos dice que nuestro origen es como esta niña, y nuestra identidad es como la cometa.

El origen tiene los pies fijos en una tierra, no con raíces como los árboles tal vez, pero sí inmóvil en un lugar; y sostiene un hilo muy largo que sube hasta la cometa. Nuestra identidad, en cambio, se mueve con el viento, podemos decidir hacia dónde queremos que vaya, se ve sorprendida por ráfagas o por falta de aire... Y como la cometa que si dejara de moverse dejaría de volar, no podemos dar nunca por terminada nuestra identidad.

 

Dice Mouawad: "el origen es fijo, la identidad se construye"

Dice Mouawad: "el origen es fijo, la identidad se construye". Están entrelazados entre ellos de manera similar a como lo están la niña y la cometa. ¿Quién lleva a quién? Nuestra identidad bebe de nuestros orígenes y va más allá. Los orígenes determinan el vuelo de nuestra identidad, pero no la definen completamente.

Una de las preguntas sobre nuestra identidad es precisamente: ¿qué hacemos con nuestros orígenes? Y, en todo caso, ¿qué entendemos por origen? ¿La sangre y la genética? ¿Las herencias familiares? ¿Una porción de tierra de este planeta? ¿Los sonidos y la voz de la lengua materna? ¿La familia necesariamente? Como decíamos, muchas de las obras de Wajdi Mouawad son intentos de resolver estas preguntas. Son puestas en escena de personajes que necesitan saber quiénes son, y que lo buscan en lugares y de maneras diferentes.

El teatro es un lugar privilegiado para reflexionar sobre la cuestión de la identidad. Los diálogos que tenemos con nosotros mismos son como dramaturgias, como tramas y argumentos entre personajes, despliegues de la intimidad como un escenario, representaciones de los lazos que tenemos unos con otros.

Edipo cree saber quién es hasta que descubre la verdad de su identidad y se arranca los ojos, Próspero oculta su identidad para tramar una venganza y termina descubriendo el perdón, Hamlet se pierde en la fina línea entre la locura y la plena conciencia de sí mismo… Detrás de todas estas historias hay un reconocimiento, un volverse a conocer que pasa a través de unos personajes. Y el público asiste a estas representaciones donde unos actores y actrices, a su vez, usurpan otras identidades -los personajes- en los cuales nos reconocemos y, a veces, quizás, logramos reconciliarnos. Estos personajes pasan a formar parte del escenario de nuestra propia identidad, devolviéndonos la primera pregunta que el espectador les hace: “¿Quién eres tú?”.

Edipo cree saber quién es hasta que descubre la verdad de su identidad y se arranca los ojos, Próspero oculta su identidad para tramar una venganza y termina descubriendo el perdón, Hamlet se pierde en la fina línea entre la locura y la plena conciencia de sí mismo…

Para algunos el origen no es ningún misterio, sino sencillamente una fuente de donde emanan todos los cambios que va experimentando su identidad. Para otros, es una pregunta por resolver, una cuestión a aclarar, un vacío de sentido que necesitan remendar. Hay quienes han perdido los orígenes porque no han tenido acceso a la memoria familiar; hay quienes necesitan olvidarlos para poder existir. Sea como sea, hay una pregunta que todos comparten: ¿qué hacemos con nuestros orígenes? ¿Qué papel juegan para conocernos a nosotros mismos?

 

«Conócete a ti mismo»

No como un área cerrada y definitiva, no como un camino de dirección única, como un manual ni pauta de criterio fijo, no como una experiencia totalmente interpretada del mundo, no como una conclusión.

Más bien, como el escenario de una dialéctica, como una elección ante caminos que se bifurcan, como una manera de narrarte, como una dramaturgia, como posibles futuros de una historia, como una barca en mar abierto, más que como un tren que viaja a alta velocidad a partir de unos orígenes.

Conócete a ti mismo como un lugar de encuentro, como mesa y sobremesa, como hostilidad o hospitalidad del otro, como tejido poroso, como deseo del otro, como barrio más que como urbanización.

 

“Encuentra a tu padre, arroja luz sobre su historia, sea cual sea esa historia, muere, si es necesario, rompe toda la trama de tu vida, devasta tu razón y Wahida te podrá seguir amando: no porque te atrevas a desobedecer tu sangre, y tu padre, sino porque habréis creído, tú y ella, en el mismo sueño. Nada más tiene sentido Eitan, solo quizás los pájaros del azar que van y vienen, invisibles y nos lanzan unos en brazos de otros sin que podamos entender nada.”

Todos Pájaros, Acto II – Pájaro del azar

 

Albert Reverendo
Coordinación artística y contenidos
 

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