Wajdi Mouawad y Oriol Broggi han inaugurado la Bienal de Pensamiento 2024, moderados por Laura Serra. Volar con alas heridas es el título de la conversación. Es la tercera vez que se encuentran para ofrecer al público una charla llena de belleza, teatro, honestidad y política. Han surgido muchas ideas y muchas imágenes. Pensamientos que consideramos necesarios y preguntas que nos atraviesan a todos.
Después de la charla, Mouawad ha venido al Teatre La Biblioteca para escuchar, discretamente desde detrás de las gradas, la función de Tots Ocells. Juntos hemos celebrado el ambiente mágico y casi sagrado que ha supuesto tener al autor de estas palabras como cuchillos lanzados al escenario. Cuchillos que, al herir, curan las heridas.
Desde hace mucho tiempo, Mouawad es un gran referente en La Perla 29; sus personajes y sus historias vivirán dentro de nosotros para siempre. Al finalizar la obra, Mouawad ha salido a saludar y el público, de pie, ha generado una ovación que también llevaremos dentro para siempre.
A continuación, compartimos algunas citas, algunas ideas, algunas notas que hemos tomado durante la conversación de la Bienal. Son apuntes que nos cuestionan y nos animan a seguir investigando, buscando las formas teatrales que necesitamos para vivir.
Lo que pasa con el trauma es que se desvanece para la persona que lo experimenta. Es ausente para quien lo lleva. Me explico con una imagen: llevas una mochila vacía y cada día alguien añade una pequeña piedra, tan pequeña que no notas nada. Y esto, cada día. El peso que acabas llevando es muy impresionante, pero no lo sientes. Un día, sucede un evento que hace que te quiten esa mochila, y entonces tomas conciencia no del peso, sino de la ligereza. De repente, te sientes ligero. Entonces, te la vuelven a poner y, en pocos segundos, tomas conciencia de todo el peso que llevabas.
Wajdi dice que el teatro para él ha tenido esta función. Fue en una clase cuando estudiaba teatro en Quebec, que un buen profesor con quien hacían improvisaciones le hizo darse cuenta de que cargaba con la vivencia de la guerra sin ser consciente de ello. “¿Tú, Wajdi, has vivido la guerra?”, y Wajdi: “No, realmente”. P: “Pero dices que se fueron del Líbano huyendo de la guerra, ¿no?”. W: “Sí, pero realmente solo fueron cuatro años que yo lo viví. Solo vi morir a una persona. La guerra dura desde hace más de 15 años.”, P: “Pero entonces sí que la viviste... Has vivido la guerra durante 4 años de tu vida”.
Este hecho le hizo darse cuenta de la facilidad con la que cargamos los traumas. Y de cómo el teatro nos ayuda a llevarlos a la superficie. A hacer salir el dolor que llevamos dentro aunque no sepamos que lo tenemos dentro. El teatro hace emerger los traumas, personales y colectivos.
Si estás al borde de un precipicio, en un barranco, el peligro es el mareo, la caída. La manera de acercarse a este barranco e inclinarse con seguridad para ver las profundidades es agarrar la mano de alguien para no caer. Si tú mismo eres el barranco, debes agarrarte de la mano o caerás; y para mí, quienes nos agarran de la mano son los autores. Agarra la mano de Kafka, de Sófocles, de Rodoreda, para poder ver tu propio precipicio sin riesgo de caer.
Esta manera de entender el teatro, como un lugar donde unos actores, un autor, una compañía, te tienden la mano para poder mirar los precipicios personales (los traumas, las dudas), implica una forma de entender la cultura que va más allá de “consumir cultura”.
Consumimos cultura cuando nos distraemos, y también cuando aprendemos cosas que no sabíamos, cuando nos “culturizamos”. Pero esta forma más íntima de entender el teatro, el ir al teatro, nos permite ir más allá de nosotros mismos, confrontarnos a niveles más profundos (y quizás honestos o consecuentes). Necesitamos otra forma de escuchar la obra, de estar allí, de habitar el teatro, de acompañarnos.
La verdad no es una propiedad.
Resulta muy difícil hoy hablar de reconciliación, cuando el conflicto en Gaza está tan crudo como está, cuando el mundo es un lugar tan violento. Wajdi siempre ha creído en ello; si le hubieran preguntado sobre la reconciliación hace dos años, él habría respondido que es su creencia, que cree en ello y que hace teatro para hacerla posible. Pero hoy eso ha cambiado.
Él pone el símil de un pasaje de Santa Teresa de Jesús, que en un momento dado pierde la fe. A pesar de haber entregado su vida, pierde la fe. Entonces se dice a sí misma que, a partir de ahora, el acto de fe pasará a ser un acto racional; una decisión. No una creencia, sino una decisión. Es muy diferente. Pues él está haciendo lo mismo con el teatro: no siente que la reconciliación sea posible, y entonces decide seguir insistiendo, seguir intentando como una apuesta, aunque no cree en ello. En espera de que le pase algo diferente, en espera de un nuevo motor que lo mueva.
En este "mientras tanto", se convence a sí mismo de que el teatro es memoria proyectada hacia el futuro. Cuando no ves que la reconciliación pueda llegar pronto, o no crees que un espectáculo pueda, al fin y al cabo, ayudar a avanzar hacia la reconciliación, entonces te dedicas a guardar testimonios de una manera de vivir, de entender las cosas, de unas historias que enseñan cómo podríamos reconciliarnos. Guardas la memoria del momento presente y la lanzas hacia el futuro, para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos puedan encontrar el camino.
Oriol pregunta si quizás las obras nos pueden ayudar a reconciliarnos con realidades lejanas, o si nos ayudan a poder convivir con ellas. Como en la imagen de Mouawad de la hipotenusa, en la que dos personajes que hasta ahora estaban juntos en un mismo punto (A) entran en desacuerdo y se separan cada uno en un punto diferente (B, C), formando un triángulo (A, B, C). No pueden volver al punto inicial (A) porque están en conflicto y no pueden ignorar lo que ha pasado, y lo único que pueden hacer es trazar una nueva línea que hasta ahora no existía entre sus nuevas posiciones. Es decir, si quieren volver a relacionarse, solo pueden trazar la hipotenusa del triángulo que dibujan.
Mouawad completa la aportación de Oriol diciendo que la hipotenusa es un gesto. Reunir 2 puntos (dos personas, dos posiciones) que se han separado, cuando antes estaban unidos. Hacer el gesto de la hipotenusa es ir más allá de uno mismo hacia el otro, hacer un desplazamiento.
Lo que es propiamente humano es hacer este desplazamiento. Lo que es propiamente humano es ir más allá de lo que es humano. Superarse, traspasar las fronteras, abrir nuevas posibilidades, trazar caminos y relaciones que hasta ahora no existían. (Esto me hace pensar en el esquema griego por el cual el ser humano está siempre a medio camino entre los dioses y las bestias. Siempre este ir más allá; es una historia profundamente humana).
Así, hoy Wajdi no ve posible que ocurra este gesto de la hipotenusa; tal vez estemos demasiado lejos de hacerlo. Entonces, lo que hay que hacer es asegurarse de que sabremos recordar cómo hacerlo. Dejar testimonios (en obras de teatro) donde se pueda encontrar este gesto para cuando nuestros hijos lo busquen en el futuro. Proyectar la memoria (de lo que ya no crees) hacia un futuro (para que puedan recuperarlo).
Cualquier persona es un dolor potencial para todos.
Es necesario buscar el matiz en los posicionamientos antagónicos. Aquello que nos puede hacer comprender al otro, aquello que nos acerca a él. En el matiz es donde se encuentra la empatía. O la posibilidad de empatía.
Wajdi dedica los personajes más bellos a aquellos que en la vida real serían sus enemigos. Para conseguir comprenderlos, para ganar empatía, para buscar los matices más allá de la condición de enemigos.
Aunque no haya esperanza, o dejemos atrás la creencia de que en este momento el teatro puede cambiar el mundo, podemos seguir contando historias. Para preservar la memoria para el futuro, como decíamos, y también porque las historias están compuestas de matices.
Oriol destaca que en las obras de Mouawad los personajes, mientras hablan de la guerra y de la desgracia que asola nuestro mundo, también hablan de muchas otras cosas. De la juventud, del grito de identidad de los adolescentes, de las relaciones difíciles dentro de la familia, de la belleza, de la necesidad de amar, etc. Esto hace que los personajes sean empáticos con nosotros. Hablando de los mayores dolores de nuestro mundo (la guerra, las masacres...), nos hablan de nuestras vidas y de los dolores de todos. Nosotros, que vivimos alejados de todos estos contextos, podemos entrar en ellos porque lo hacemos a través de estos personajes que, en el fondo, se parecen a nosotros. Con la empatía por los problemas más cercanos, podemos entender los problemas más grandes.
Wajdi añade en este sentido que en el teatro todo radica en la calidad de las relaciones particulares. El contexto de la guerra forma parte de la cocina del dramaturgo, del director o de la compañía que trabaja la obra. En cambio, lo que realmente importará al público (lo que lo hará conectar) será ese hijo que habla con su madre, o esa madre que habla con su madre. Y conociendo estas relaciones concretas podemos captar la magnitud de la desgracia que es vivir en un contexto de guerra. A través de la empatía con esa relación concreta entre los personajes, podemos tener empatía con la gran desgracia que deben atravesar debido al contexto de guerra. Todo queda situado en una nueva escala; nos acercamos porque podemos vernos a nosotros mismos. Se recupera la dimensión humana de los grandes conflictos.
Lo que hacemos tendrá sentido para una persona. Solo hay una persona que realmente necesita ver lo que viene a ver o escuchar lo que escuchará. Y es por esa persona y solo por esa persona que escribimos, que hablamos, que actuamos. Pero lo más bonito es que, aunque solo actuemos para una persona, no sabemos quién es esa persona y, por lo tanto, ¡potencialmente puede ser todo el mundo!
Wajdi se sirve de una imagen para explicar su proceso creativo y dónde se encuentra ahora mismo. Imaginemos que vamos a París y encontramos una sola pieza de un rompecabezas, y luego vamos a Tokio y encontramos otra; nada nos haría pensar que forman parte del mismo rompecabezas. Pero luego vamos a Quebec y encontramos otra, y al Líbano, y a Barcelona, y... Poco a poco empezamos a intuir que formarán una imagen de fondo. No sabemos qué imagen será, pero debemos aferrarnos a las piezas que de momento hemos encontrado para poder finalmente comprender la imagen profunda que forman.
El proceso de creación, tal como él lo entiende, funciona de esta manera. También la forma de entender los grandes conflictos del mundo. Cuando no se tiene una imagen completa de lo que sucede, cuando no lo acabamos de entender, debemos aferrarnos a las piezas que vamos encontrando, aunque no tengan ninguna conexión inicial. Entonces podremos unirlas y tener la imagen profunda que forman.
Por ejemplo, una pieza que ha encontrado últimamente es “Los tiempos son gloriosos para los asesinos”. Aquellos que tienen poder y no lo ejercen para resolver el conflicto, todos los interesados en la masacre y en el asesinato. Los tiempos son gloriosos para los asesinos. Seguir buscando las otras piezas del rompecabezas que permitan hablar de ello en el teatro.
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