19.01.2022

Un punto azul

Primer contacto con el universo Viripayev. La compañía se reúne en el Local 3 del Teatro La Biblioteca para hacer la primera lectura de Unos abrazos insoportablemente largos . Están Ferran Utzet, el director, Paula Malia, Alba Pujol, Martí Salvat y Joan Solé. El músico, Jordi Busquets, Giulia Grumi, diseñadora de vestuario; y Mònica Molins, ayudante de dirección.

Y Miquel Cabal, el traductor, hace una introducción. Cuenta que Ivan Viripayev es uno de los grandes del teatro ruso contemporáneo, que vive en Polonia porque se enfrentó al gobierno de Putin. Explica que, por decisión personal, no dirige ni participa en Rusia.

“Los personajes de Unos abrazos insoportablemente largos son desplazados sociales, están desconectados de la realidad y desconectados entre ellos. Algo que les ocurre a los personajes de Dostoyevski. Pero también tienen algo de Chéjov, de su ironía”, dice Cabal.

En Unos abrazos insoportablemente largos se juega mucho con la repetición del lenguaje, un elemento clásico de la literatura rusa. Existe un permanente juego de diálogos interiores, una constante contraposición entre lenguaje formal y habla cotidiana. "Un choque entre dos maneras de entender el mundo". Y en este choque, dice Cabal, se adivina una especie de conexión entre los pueblos eslavos: Emmy es de Serbia, Mónica es de Polonia y Krystof es de Chequia. Es un cóctel eslavo peligroso históricamente.

Entra en la conversación Ferran Utzet, director, para poner en contexto la obra. Viripayev ha sido traducido a Francia y ese mismo montaje lo vio en Nancy en unos encuentros de lecturas dramatizadas. “Me cautivó pero no sé muy bien porqué”, dice. La narración es cautivadora: ¿los actores son actores o son personajes? ¿Acaso hablan del más allá? Todo ocurre en presente ya gran velocidad. "Conecté emocionalmente enseguida".

Cada personaje de Unos abrazos insoportablemente largos parte de un mundo diferente, de unas creencias propias. Y todo es muy frágil y puede hundirse en cualquier momento. Pero hay espacio para salvarse. Pese a la tragedia que viven los personajes, el nihilismo que destila, la obra no tiene voluntad moralizadora. Hay ironía en ese fatalismo.

"¿Y cómo me planteo la obra?" se pregunta Ferran. “La obra debe sobrevolar. Es muy importante el ritmo. Tengo un referente: la película Dead man , donde la música de Neil Young es constante. Por eso es importante el ritmo; la obra es más un poema a cuatro voces que un texto puramente teatral. Debemos ir a buscar la musicalidad, soltarnos, buscar la ligereza.

Y pensar que estamos haciendo una comedia.”

¿Y la escenografía? “Podría ser muy pequeña, muy apretada, que los actores casi se pisen unos a otros. Pero también podría ser todo lo contrario, y aprovechar este espacio tan vasto y tan majestuoso que es la biblioteca, allí puede haber un punto de escape interesante”.

Un punto azul.

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