Un pájaro joven emprende el vuelo por primera vez sobre las aguas del mar. Al ver a los peces bajo la superficie, una inmensa curiosidad le atrae hacia estas sublimes criaturas, tan diferentes. Mientras se sumerge por unirse, una nube de pájaros, su tribu, le interfiere inmediatamente y le advierte: “Nunca vayas con estas criaturas. No son de nuestro mundo y nosotros no somos del suyo. Morirás si vas, al igual que ellos morirán si deciden venir con nosotros. Nuestro mundo los matará y su mundo te matará a ti... No estamos hechos para encontrarnos.”
A medida que pasan los años, una profunda melancolía se apodera del pájaro, que observa estos peces de escamas plateadas sin poder acercarse. Un día que se arrima al mar para admirarlos, le invade un extraño vértigo: “No puedo vivir así toda la vida, sin lo que me emociona. Prefiero morir antes que vivir así.” ¡Y se zambulle! Pero su amor por lo diferente es tan grande, que a medida que se sumerge le crecen branquias en el cuello que le permiten respirar. ¡Y respira! ¡Respira! Y en medio de los peces declara: “Soy yo, el pájaro anfibio, aquí, entre vosotros. ¡Soy uno de los vuestros! ¡Soy uno de los vuestros!”
La leyenda persa del pájaro anfibio me hizo soñar cuando me la contaron de pequeño. Esta historia de cambio hoy me inquieta por lo que cuenta de nuestro tiempo, de nuestro mundo y de nuestra relación con el otro; con el enemigo, podríamos decir.
Wajdi Mouawad
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