La reina de la bellesa de Leenane

Me gusta Martin McDonagh. Su humor salvaje. Su extraño lirismo. Su mirada. Me gusta su mundo de perdedores y frases cortas, de diálogos delirantes y situaciones violentas hasta el paroxismo. Me gusta su teatro, tan cinematográfico. Y también sus pelis, tanto teatrales. Me gusta visitar su Irlanda, donde siempre llueve y donde, te lo mires como te lo mires, nunca hay nada que joder. Me hace mear de risa y me emociona, a partes iguales. Me gustan sus personajes, a la vez tan mezquinos y tan auténticos, tan heridos, tan humanos. Y me gustan mucho sus heroínas, las mujeres enojadas de McDonagh. Las mujeres luchadoras de McDonagh. Las mujeres rotas, perdidas, vengativas de Mcdonagh. Como la Frances McDormand en la reciente “Tres anuncios en las afueras”. O como la Maureen de "La Reina de belleza de Leenane". La pobre Maureen. La frágil Maureen. La temible Maureen. La protagonista de la obra de McDonagh que más me agrada. Y mira que me gusta mucho, Martin McDonagh. Parece que la escribió con veintiséis años. Ni uno más. Un tipo de mezcla de John Ford, Samuel Beckett, Brian Friel y Quentin Tarantino. ¿Cómo escribir “La Reina de belleza de Leenane” con sólo veintiséis años? ¿Cómo pudo inventarse Maureen, la pobre Maureen, la frágil Maureen, la temible Maureen, con sólo veintiséis años? Vete a saber. El caso es que, te lo mires como te lo mires, ahora ya existe. Sigue encerrada en un coño de casa de un coño de pueblo de un coño de país donde parece que se hayan detenido todos los relojes. Y donde nunca para de llover. Allí la encontraremos, Maureen. La única e indiscutible reina de belleza de Leenane.

Julio Manrique